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Colombia regresa al Consejo de Seguridad de la ONU: una silla que habla de paz, liderazgo y territorio

Después de trece años de ausencia, Colombia volverá a ocupar un lugar en uno de los espacios más decisivos del sistema internacional: el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Con 180 votos de respaldo, el país fue elegido como miembro no permanente para el periodo 2026-2027. Detrás del anuncio, más allá del protocolo diplomático, hay una historia que conecta con lo que somos como nación y con los caminos que hemos intentado construir hacia la paz.
No es solo una victoria de la diplomacia, como lo expresó la canciller Laura Sarabia, sino también un momento de reflexión profunda sobre el papel que Colombia puede y debe jugar en el escenario global, desde su experiencia histórica, sus heridas abiertas y sus aprendizajes territoriales.
Una silla que no es decorativa
Ser miembro no permanente del Consejo de Seguridad significa estar en la mesa donde se deciden medidas de peso global: desde sanciones internacionales hasta autorizaciones del uso de la fuerza. Es, literalmente, participar en las conversaciones más urgentes del mundo. Para Colombia, esta silla llega en un contexto desafiante, en el que el planeta vive una seguidilla de guerras, crisis migratorias, inseguridad alimentaria y fracturas diplomáticas.
Pero si algo tiene Colombia, es que ha aprendido a lidiar con el conflicto armado. No desde la teoría, sino desde el barro, desde el campo, desde las veredas donde la guerra se sintió primero que en las capitales. La experiencia del Acuerdo de Paz firmado en 2016 con las FARC-EP, aún incompleto y lleno de contradicciones, otorga una perspectiva única para aportar desde la práctica a la solución pacífica de conflictos, uno de los principios que Colombia ha prometido defender desde este órgano.
El territorio como brújula política
No se puede hablar de paz sin hablar de territorio. Y Colombia, país de regiones, tiene una deuda enorme con sus márgenes: aquellos donde el Estado ha sido más promesa que presencia. Esta elección al Consejo de Seguridad debería leerse también como una oportunidad para internacionalizar la voz de las regiones, para recordar que la seguridad no es solo militar, sino también social, cultural y ambiental.
El retorno al Consejo ocurre bajo el gobierno del presidente Gustavo Petro, cuya política exterior ha buscado mayor protagonismo en espacios multilaterales. Esta línea, según la Cancillería de Colombia, ha sido bien recibida, al punto de haber logrado un apoyo casi unánime de los países miembros de la Asamblea General de la ONU.
Diplomacia con sello colombiano
Desde el 1 de enero de 2026 y hasta el 31 de diciembre de 2027, Colombia compartirá decisiones con las cinco potencias con asiento permanente (Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido y Francia) y con otros miembros electos que, como ella, buscan incidir en el presente del mundo. En medio de un orden internacional cada vez más fragmentado, nuestra participación podría marcar diferencia si logra llevar al centro del debate temas como la justicia social, el respeto a los derechos humanos y el desarrollo sostenible con enfoque territorial.
La Cancillería, encabezada por Laura Sarabia, ha asegurado que Colombia defenderá el Derecho Internacional, los Derechos Humanos y la paz como ejes centrales de su agenda. Sin embargo, el reto estará en cómo traducir estos principios en acciones concretas y coherentes, no solo hacia afuera, sino también hacia adentro.
Una silla para no olvidar de dónde venimos
La presencia de Colombia en el Consejo de Seguridad no puede convertirse en una vitrina para discursos vacíos. Debe ser una plataforma para impulsar una política exterior que hable con la misma fuerza con la que lo hacen las madres buscadoras, los líderes sociales, los firmantes del Acuerdo de Paz y los pueblos indígenas que reclaman vida digna en sus territorios.
Más que celebrar una elección, el país debe asumirla como un compromiso: el de proyectar en el mundo una visión de seguridad que tenga como eje central la vida. Esa, al final, ha sido siempre la apuesta más difícil, pero también la más urgente.
Por: Edward Cipagauta
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